Siendo novel en estos mares, no me cansaba de escuchar las experiencias del resto de científicos, que, aunque muy interesantes, no eran muy prometedoras. La mayoría confesaban que una vez en el paso se metían en la cama y de allí no salían hasta la llegada. Con estos bonitos pensamientos nos acostamos para pasar la primera noche en el camarote de científicos del buque. Aquí tenéis mi litera (que era tan pequeña como parece), con todo el material lúdico que disponía por si ya no iba a levantarme (libros, ordenador, películas, PSP, ...) y alguna bolsa de plástico, por si las moscas:
Esa noche entramos en el canal Beagle, y, por la mañana, todo seguía en calma. El canal está protegido de los temporales externos, con lo que ese día fue, prácticamente, un crucero de placer. Las vistas del canal a ambos lados eran espectaculares, con algun glaciar que otro de vez en cuando, y unas montañas increíbles a poca distancia.
El buen tiempo y la calma del canal nos permitió hacer una barbacoa en la terraza de popa a la hora de comer. Los miembros de la Armada se mezclaban con los científicos, y el trato con ellos era excepcional. Para la mayoría no era la primera campaña, así que los relatos de viajes anteriores iban surgiendo en cada corrillo. Al contrario que los científicos, los marineros eran mucho más optimistas sobre el tema de los mareos, y profetizaban un Drake con pocos problemas. "Ya, claro".
Mientras, en el puente, el práctico chileno y los oficiales de guardia trazaban la ruta del barco en el canal, usando los dos radares y las cartas de navegación.
"Bueno, visto así, esta travesía no va a ser tan mala", o eso pensaba yo por aquel entonces. Sin embargo las cosas iban a cambiar. Esa noche dejamos el canal atrás y nos adentramos en mar abierto. Un ligero meneito sobre las 12 de la noche presagiaba el cambio que íbamos a experimentar durante los tres siguientes días. Óbviamente a partir de aquí ya no dispongo de tantas fotos como de la primera etapa del viaje, pero os puedo resumir lo que pasó. El tercer y cuarto día de viaje fueron unos días duros, con olas de entre 6 y 7 metros, que movían el barco en todas direcciones. El barco llegó a inclinarse unos 42 grados. Para que os hagáis a la idea, con esa inclinación es lo mismo andar por el suelo que por la pared. Gracias a las substancias que llevaba (y que por si acaso, no nombraré por aquí), no llegué a vomitar ningún día, pero tampoco dejaba de estar mareado. De vez en cuando me levantaba de la cama para deambular como un fantasma por el barco. Pocos científicos quedaban en pie, y apenas teníamos ganas de hablar entre nosotros:
Enlaces:
Lejos de aquí VIII
Lejos de aquí VII
Muy interesante. Espero que no tardes en continuar la narración.
ResponderEliminarEl vídeo de la botella marea!!
Habéis oído el vídeo? "Qué aburrido, no?" - el tío. "No se puede hacer nada" - la chica.
ResponderEliminarLo que dice Bater del vídeo. Después de verlo y seguir leyendo parecía que se movía la pantalla.
Muy guapas las fotos.